El arte en nuestros tiempos está sujeto a un continuo cambio. Las innovaciones técnicas, tecnológicas, ideológicas y conceptuales han abierto infinidad de puertas mediante las cuales se confunden qué parámetros abarcan al arte y cuáles están apenas vinculadas con él. Lo cierto es que ya no podemos discernir el arte puro a no ser que vayamos a la raíz de las artes plásticas clásicas.
La técnica del tatuaje* es un buen ejemplo de evolución de los métodos. Los datos más antiguos que se conocen de este arte se sitúan hace unos 9000 años en Argelia, en una pintura rupestre conocida como “La Dama Blanca”, cuyo punteado decorando el cuerpo femenino indica una muy posible relación con tatuajes tribales, ya fueran pigmentados, quemados o escarificados, pero es una técnica que ha aparecido independientemente en multitud de culturas en todo el mundo. No obstante, el público general no ha asimilado esta práctica hasta hace apenas unas décadas, y esta globalización es precisamente la que hace que los usuarios atiendan más a las modas olvidando el sentimiento artístico y espiritual que tradicionalmente se ha otorgado al tatuaje.
La sociedad en la que vivimos nos hace creer que somos libres intelectualmente. En efecto, tenemos libertad para pensar y más aún, libertad de expresión. Lo que anula esta libertad son los modelos predeterminados creados por unos pocos para que pensemos lo que ellos quieren, y aún así podamos sentirnos originales y diferentes. Tener una idea propia no influenciada por agentes externos es tarea difícil. No tan difícil es tenerla a partir de la evolución de una idea ajena, si esta idea es solo la chispa inicial que nos inspira, ya que si el resultado final está cerca del original obtendremos solo un plagio enmascarado, lo cual es bastante menos que válido.
En la actualidad la mayor fuerza externa que nos limita son las modas. Aunque esto sea triste, podemos crear unos patrones comunes que establecen una forma de pensar común a una forma de vestir o incluso al tipo de música que escuchemos. De una forma u otra, es imposible estar totalmente fuera de clasificaciones.
Otra característica de muchos grupos e individuos de nuestra sociedad es la de intentar apropiarnos de tradiciones ajenas. Nos encanta imitar a las estrellas de cine, ya sea en su vida personal como en algún papel que interpreten. También nos gusta y nos atrae el exotismo oriental o africano y tratamos de conseguir a veces imitaciones de sus obras de arte sin interesarnos para nada su significado o el contexto en que se hayan llevado a cabo. Lo mismo pasa con el arte moderno. Mucha gente cuelga en las paredes de sus casas cuadros abstractos (que a veces carecen de valor artístico) porque dicen que les gustan. En realidad, a menos que se tenga una sensibilidad extraordinariamente desarrollada y la obra sea realmente buena, no nos puede gustar aquello que no entendemos. El caso es que decimos que nos gusta porque nos da vergüenza admitir que no lo comprendemos, y aparentar que sí nos puede hacer parecer más interesantes a efectos sociales.
Ortega y Gasset, en su libro “La deshumanización del Arte”, habla del arte moderno como un arte que ya no es para el pueblo, es un arte creado solo para unos pocos que lo entienden. Esta exclusión es la que provoca que muchos individuos quieran pertenecer a ese grupo minoritario, que les sitúa intelectualmente por encima de los que no lo comprenden, pero lo que realmente quieren es simplemente sentirse superiores en lugar de interesarse y esforzarse en comprenderlo.
En este ensayo no vamos a hablar de grupos sociales ni de arte moderno. Vamos a hablar de un arte milenario que hoy por hoy se ve en auge de extensión pero que ha sido víctima de un fenómeno de apropiación; el arte del tatuaje.
El tatuaje es una técnica que se ha practicado en los lugares más remotos y variados del planeta. No se ha encontrado un origen común concreto, aunque todo el mundo está de acuerdo en que sus raíces mas profundas provienen del oriente asiático y de las islas del Pacífico Sur y central.
Lo más antiguo que se ha encontrado en relación con el tatuaje en el Oriente lejano data del año 5000 a.C. aproximadamente. Este hallazgo consiste en unas figuras de arcilla con muescas que simulan tatuajes en cámaras funerarias japonesas. Estos tatuajes parecen tener una función mística “post mortem” y duran hasta principios de la edad de Cristo. De hecho, el primer cuerpo que se encontró realmente tatuado fue la que luego se conoció como la Momia de Similam, que murió probablemente congelada alrededor del 3300 a.C. en las montañas de las Islas Similam.
Hacia el s. VI d.C. Japón toma ejemplo de China. En China el tatuaje se utilizaba como forma de castigo para los criminales, a los cuales se les tatuaba en las manos, antebrazos y/o en la cara. En esa época a una persona tatuada se la repudiaba de todos los círculos familiares y sociales. El tatuaje se reservaba solo a crímenes muy graves al ser una condena perpetua. Japón recibió influencia de China en ese aspecto y declaró el tatuaje una práctica ilegal.
Hasta el siglo XVIII los clanes yakuza, que se dedican a actividades ilegales pero que tienen un profundo código ético y de honor, comienzan a tatuarse para situarse voluntariamente fuera de la ley. Para un yakuza tatuarse era una prueba de resistencia al dolor y de lealtad hacia su clan. Demostraba que si era apresado soportaría su condena y sufriría tortura antes que delatar al resto de su clan. En la opresiva sociedad del Japón del s XVIII esto se tomó como un símbolo de libertad y se puso de moda tatuarse como signo de rebelión contra la ley. No olvidemos que las tradiciones también fueron nuevas en su día; lo que hoy llamamos tradicional antaño fue moderno, vocablo que deriva de moda, por lo que no podemos hablar siempre de moda como algo negativo, sino que cuando una moda perdura acaba evolucionando transformándose en un estilo. En la actualidad estamos comenzando a dejar un poco de lado estos tópicos del tatuado como delincuente, aunque desgraciadamente aún siga habiendo gente que se haga tatuar para parecer más peligroso o para demostrar su resistencia al dolor.
A partir del s XIX Japón abre sus puertas al mercado exterior, y tiene mucha importancia la instalación de un puerto americano en Yokohama.Aparte del interés europeo por el tatuaje japonés en esta época, los marineros americanos acogieron entusiasmados esta técnica (técnica que estaba prohibida para los japoneses para no parecer bárbaros al resto del mundo al que acababan de facilitar el acceso, pero se les permitía tatuar a los “gaijin”, los extranjeros), y la llevaron a su país, en el cual evolucionó al estilo tradicional americano, también conocido como “Old School”.
Las características comunes entre el estilo tradicional japonés y americano son evidentes; bidimensionalidad, líneas* gruesas y cerradas y colores planos. Los diseños cambiaron de motivos, así como su tamaño y ubicación en el cuerpo.
El tatuaje tradicional americano representaba con sinteticidad y esquematización “pin-ups”, barcos, calaveras, corazones y cuchillos entre otros, con un tamaño relativamente pequeño en distintos sitios de brazos, pecho y espalda, carentes de unidad global, mientras que el japonés representa un único tatuaje que ocupa todo el cuerpo hasta codos y rodillas o bien tobillos y muñecas, y los motivos son habitualmente luchas entre samurais con dragones, fénix o tigres. También son muy comunes las carpas y las máscaras de demonios. Los fondos suelen ser florales con mucho movimiento de agua, nubes y rayos de sol. El tatuaje japonés también representa un atributo como el valor, la honestidad o la devoción, el cual asume la persona que lo lleva.
Otra fuente independiente de tatuajes proviene de las islas del Pacífico. En esta zona se localiza la cultura maorí. En esta cultura el tatuaje siempre ha estado bien visto, y es signo de alta alcurnia. Un guerrero tatuado se presenta más feroz al enemigo y más atractivo a las mujeres, a las cuales también se les permite tatuarse pero con otro tipo de diseños.
Los tatuajes faciales maoríes son muy parecidos entre sí, pero en teoría no hay dos iguales, lo cual hace de ellos un reflejo de la identidad propia. Entre los tatuajes samoanos los más característicos son los enfajados. Los enfajados suelen situarse desde la parte baja de la espalda y el vientre hasta la inferior del muslo, sobre la rodilla. En esta parte el tatuaje consiste en una sucesión de bandas con motivos geométricos. Cada banda representa una característica social; número de hijos, jerarquía, oficio, etc.
Conservar las cabezas embalsamadas con las caras tatuadas de los enemigos era motivo de orgullo para los maoríes, y a la llegada de los británicos en el s XIX fueron objeto de transacción comercial a cambio de armas de fuego. Los comerciantes británicos las vendían a sus museos por precios desorbitantes. Este comercio proliferó, y los maoríes llegaron incluso a tatuar rostros de esclavos para vender sus cabezas. Cuando se dieron cuenta de la pasiva invasión británica y quisieron hacerle frente era demasiado tarde, y tras una guerra sin esperanza sus tierras pasaron a ser colonias británicas. Hoy en día aún quedan algunas tribus maoríes, que siguen manteniendo su tradición sobre el tatuaje, pero ahora mas como un doloroso recuerdo de una cultura casi desaparecida.
El estilo europeo asimila de otra forma la cultura del tatuaje, debido a la influencia de muchas culturas y a haber tenido colonias en casi todas las partes del mundo. Por eso no tiene un estilo propio, sino que se apropia de estilos ajenos en lo que a tatuajes se refiere. Claro está que en la actualidad se conocen y tatúan todos los estilos en todos los lugares del mundo, entendiendo “conocer” de una manera aunque sea superficial.
Si tuviéramos que reconocer un estilo propiamente europeo tendríamos que remitirnos a antes de la edad de Cristo, al extinguido pueblo de los celtas, que ocupaban el sur de Europa y tenían sus orígenes en Gran Bretaña, Escocia, Irlanda y Gales. Esta civilización controlaba el norte mediterráneo en el siglo V a.C., periodo de mayor auge en su cultura. No hay pruebas concretas de que los celtas practicaran la técnica del tatuaje. Sí que hay documentadas menciones del propio Julio César refiriéndose a los celtas como a unos bárbaros con cuerpos pintados. Aunque también es cierto que para ser unos bárbaros tenían un desarrollado conocimiento de la ética, la astrología y las matemáticas, y no era raro encontrar a familias ricas romanas que contrataban a celtas, en su mayoría sacerdotes druidas para adoctrinar a sus hijos. En Roma los tatuajes se realizaban como marcas de destierro, aunque los legionarios romanos comenzaron a tatuarse para marcar las hazañas conseguidas o la pertenencia al ejército.
Se han encontrado monedas celtas en las que aparece representado el tatuaje facial. Como los maoríes, los celtas y cualquier otra civilización en la que estuviera bien visto el tatuaje comenzaban por el facial antes que el corporal. Hoy en día en los países desarrollados muchos tatuadores respetan una especie de código ético que les prohíbe tatuar las manos y el rostro por ser zonas siempre visibles.
El estilo celta o céltico consiste en una decoración curvilínea habitualmente compacta conocida como “La Tène”. Son muy característicos sus “triskell”, círculos divididos en tres elementos idénticos, muy a menudo espirales. Otro elemento muy característico es el llamado “nudo eterno” o “knotwork”, que es una encrucijada de líneas infinita al volver siempre al punto de partida. Junto a estos nudos a menudo aparecen figuras de animales. Los celtas eran muy supersticiosos y asociaban cualidades mágicas y divinas a multitud de animales.
Pese a que este pueblo desapareciera, su estilo perduró y se puede ver acompañando manuscritos medievales europeos. En el mundo del tatuaje actual hay también una variedad céltica, inspirada en la decoración de cerámicas y metales de los celtas aunque no se sabe si los tatuajes de estos, si es que realmente se tatuaban, utilizaban la misma decoración para su piel.
En América central también hay un brote independiente de tradición sobre el tatuaje. Algo mas tardío, en el s X d.C., aparecen los mayas, los aztecas y otros pueblos, que tienen unas costumbres similares. Estos pueblos no solo practicaban la pigmentación de la piel, sino también la perforación cutánea para colocar objetos, las escarificaciones e incluso la modificación corporal. Por ejemplo, en los primeros años de vida, entablillaban los cráneos de los niños para que al soldarse quedaran más alargados y estilizados.
Para estas civilizaciones el tatuaje y las demás prácticas, aparte del embellecimiento del cuerpo, tienen unas funciones similares a las de los maoríes. Muestran el estatus social del que lo lleva, y diferencian a los pueblos y las tribus. Es igualmente una señal de la identidad propia, y también comenzaban con el facial. Las escarificaciones eran más bien sacrificios a los dioses, que luego exhibían con orgullo. En 1511, Hernán Cortés se desplaza a las costas americanas y se encuentra con una civilización de infieles con cuerpos deformes que parecían la encarnación misma del diablo y practicaban abiertamente el paganismo, y en nombre de su religión acabó con toda una cultura de herejes indiscriminadamente.
Ya hemos visto parte de la historia de distintas civilizaciones ligadas al tatuaje y el contexto en que se desarrollan. Más adelante analizaremos los aspectos técnicos y artísticos de estos y otros estilos de tatuajes.
Previamente a esto, considero oportuna la defensa del tatuaje como arte frente al fenómeno embutista, modista e intrusista que recientemente ha sufrido debido a su comercialización en masa.
*(Palabras contenidas en el glosario)