“Todo el mundo piensa en cambiar el mundo,
pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.”
Leo Tolstoy.
Con esta valiosa reflexión comenzamos esta nueva recopilación de tatuajes dando pie a una de las grandes razones que subconscientemente motivan a un individuo a tatuarse; el cambio.
Ya en varias publicaciones e incluso en mi libro he manifestado mi opinión de que la necesidad de tatuarse (en condiciones habituales, todo en exceso es inadecuado, la persona más tatuada es la que más utiliza la técnica, pero no necesariamente quien más la entiende o la respeta) surge en momentos de cambio en la vida de una persona, en esos atisbos de iluminación en los que entendemos por propia intuición esta magnífica conclusión del filósofo ruso.
Incluso en las mentalidades más sobrias y borregas, aquellas que profanan sus pieles por moda sin atribuir ningún significado a sus tatuajes existe esa chispa inicial que crea la necesidad de exteriorizar los cambios que inexorablemente todos vivimos. Es en esos momentos en los que el ritual del tatuaje* adquiere verdadero sentido si sabemos canalizar esta necesidad…“Tengo barro… ¿creo al hombre o hago un gran zurullo? No creáis que es tan sencillo dilema”.
Es tal la vanidad humana, tan hipócrita su dialéctica, tan nimias sus motivaciones que ni siquiera son lógicas las cosas a las que mayor valor atribuimos… el dinero solo proporciona poder y satisfacción personal a unos pocos mientras sacrificamos el planeta por su culpa, la vida se termina, el legado se olvida, la sangre se derrama… y al final no queda nada… absolutamente nada, solo los buenos momentos en los que no importa nuestro dinero, nivel social, raza o género, esos momentos en los que estamos en paz y armonía con todo/s, esa magia que si fuéramos capaces de mantener en nuestro espíritu más de unos instantes nos haría ver lo absurdas que son las cosas que nos angustian en este mundo terrenal y seríamos capaces de superar las limitaciones de las ansias materiales, la decadencia de la humanidad, el desperdicio de lo intelectual, el desprecio de lo espiritual y lo absurdo de lo terrenal.
¿Qué es realmente importante?¿La vida?¿El recuerdo o la memoria?¿El instante?¿El legado?
¿Realmente algo lo es? El sentido de la vida es solo relevante con el estómago lleno, la mortalidad da cierto sentido a nuestra existencia porque la limita, la moralidad se lo da a nuestras relaciones sociales porque nos ayuda a convivir con nuestros semejantes, pero ambos son conceptos con un significante muy diferente según la persona que se lo de.
El camino de dar sentido a nuestra propia existencia durante muchos años ha estado limitado por la religión, cada persona creía en lo que los dirigentes de la sociedad le hacían (u obligaban a) creer. En este mundo cada vez más agnóstico la cuestión de por qué o para qué vivimos es una pregunta que se ve eclipsada por una serie de necesidades que la sociedad nos ha impuesto.
Nos preocupan desigualdades absurdas, nos motiva mucho más el odio y el rencor que la búsqueda de un futuro mejor para nuestra especie, lo cual es muy relativo en función de los intereses personales de cada individuo, y nadie está totalmente exento de motivaciones egoístas.
Cada revelación personal que sufre una persona está ya prevista por el elemento consumista para vendernos el kit completo del perfecto ecologista, animalista, sexista de cualquier tipo, naturista, veganista… Todos son productos debidamente etiquetados para tener un control absoluto sobre cada forma de pensar que siga consumiendo bajo la ilusión de principios morales que pretendan cambiar el mundo, pero… ¿hacia qué?
¿Qué más dará cuando no haya aire que respirar? Estamos cada cual tan convencidos de que nuestro mundo ideal es el mejor que ignoramos la cantidad de problemas reales existentes que ni siquiera nos hemos parado a vislumbrarlos o tenerlos en cuenta, y lo peor es que ese mundo ideal no es más que otro artículo que nos han vendido, ni siquiera es producto de una reflexión personal.
Cuando vemos en un cuerpo muy tatuado estilos muy definidos pero variados podemos deducir si el individuo portador ha sido víctima de una o muchas modas idealistas, cuánto tiempo lo ha sido y la intensidad con la que lo fue.
Cambiarse a uno mismo no significa cambiar de equipo de fútbol, de ideología preconcebida o de costumbres. El auténtico cambio consiste en romper totalmente con este tipo de influencia que normalmente ni siquiera apreciamos.
Cuando una persona mediante la reflexión y la meditación se da cuenta de la trampa ideológica en la que vivimos tiene la opción de poder salir de ella, pero solo si es capaz de percibirla. Mediante esta iluminación si consigue un cambio en su actitud va a ser en principio hacia una menor radicalidad del pensamiento (la verdad suele estar en un punto intermedio de las partes que la disputan) y una mayor comprensión del prójimo.
De esta forma, aunque no hayamos encontrado el sentido de la existencia al menos habremos entendido cuál es el camino que no hay que seguir, el de querer imponer nuestros ideales al resto del mundo. Solo unos pocos han tenido ese poder y lo más que han conseguido aportar ha sido caos y decadencia. Ante la imposibilidad de la razón solo nos queda la observación y comprensión.
La única forma de cambiar el mundo es cambiando a todas y cada una de las personas hacia algo que se preocupe del conjunto y no de sus intereses personales.
La felicidad del ser humano se define por su ausencia de problemas. Para evitar problemas la solución no es acumular satisfacción personal y bienes materiales, sino eliminar la necesidad de ellos.
“…Por esto conozco la utilidad del no interferir.
Pocas cosas bajo el cielo son tan instructivas
como las lecciones del silencio,
o tan beneficiosas como los frutos del no interferir.
Pocos en el mundo lo llegan a comprender.”
Lao Tse, “Tao Te King”.
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