“El hambre tiene mala cara”, es una frase que frecuentemente recitaba mi padre cuando yo era niño aunque ciertamente fue mi madre (la palabra más bonita del mundo) la que de verdad puede hablar de saber lo que es pasar hambre y es a ella a quien quiero dedicar esta narración tan íntima y personal.
Antes de seguir con esta historia quisiera hacer alusión a aquellos amigos que han perdido a su madre recientemente, nada puedo hacer para aliviar vuestro pesar, lo único que decentemente puedo hacer es valorar la suerte de conservar aún la mía y querer con todo mi corazón seguir teniéndola cerca todo el tiempo que me sea posible y tener presente el día que ya no esté todos aquellos valores que me aportó y que han hecho de mí esta persona que hoy soy gracias a ella.
Siempre que me siento desdichado tengo el hábito de comer pan con cebolla recordando no a la nana del poeta Miguel Hernández, muchos hijos de la posguerra han comido pan con cebolla o han visto a sus hijos hacerlo desde la impotencia, que es aún peor, sino a una historia que me contaba mi madre con una inexplicable sonrisa distante y melancólica pese a la tristeza que ello conlleva, puede que porque ya sea cosa del pasado y se alegre de no haber visto a sus hijos pasar el mismo hambre.
Haya lo que haya vivido su tierna mirada siempre ha expresado la ilusión y la esperanza de una niña feliz aún siendo una madre que lo ha antepuesto y sacrificado todo por su familia.
Aquella historia decía así:
“Cuando yo era niña apenas teníamos qué comer,
y además como el almuerzo se demoraba hasta que
mi padre y mis hermanos volvieran de trabajar en el campo
yo tenía que elegir entre comer o volver al colegio tras la pausa de la comida.
En aquellos tiempos no se le daba importancia a la escuela,
pero para mí era algo más valioso incluso que comer,
por lo que nunca falté a una clase de primaria,
y cuando volvía a casa lo único que había para calmar el estómago
era pan y cebollas, pero yo volvía habiendo aprendido algo,
satisfecha y orgullosa.
Mi ilusión cuando era joven, mi sueño
era haber podido estudiar una carrera de magisterio, derecho o medicina,
pero en aquella época de necesidad
era algo a lo que solo tenían acceso los adinerados.
Por eso hijos míos es tan importante para mí
que vosotros estudiéis,
que aprovechéis esa oportunidad que yo no tuve,
y haré cuantos sacrificios sean necesarios para
que nunca os falte esa oportunidad”
Gracias, mamá.
Obviamente los tres acabamos nuestras carreras por nosotros y por ella. Espero que esta historia que tantas veces he escuchado y que tan adentro se me ha quedado sirva para que los miembros de los complicados núcleos familiares actuales valoren el tener una familia, sean capaces de perdonar a sus miembros y en especial para que los que ostenten la responsabilidad de criar y educar a sus hijos sean conscientes de la importancia que esto conlleva.
Crear un mundo mejor depende de los valores que a los niños de hoy se les inculque desde pequeños, así que espero que seáis capaces de saber qué es importante que un niño aprenda y cuál es el ejemplo que como ideales suyos debemos darles, no voy a profundizar más en el tema para no generar controversia.
Ayer mismo por ejemplo mientras daba un paseo por la playa en Almuñécar iba una familia por el paseo marítimo. Uno de los niños de la familia, de unos siete años de edad vio un balón de fútbol tirado en la arena, bajó a la playa mientras sus padres lo observaban, colocó la pelota en posición y de un puntapié la mandó al agua y volvió con sus sonrientes padres con la gracia hecha gritando “Al mar, al mar”.
Tuve yo que meterme en el agua hasta casi la cintura (no hacía día de baño, estaba lloviendo) para sacar la puta pelota del agua y tirarla a la basura, ya que el caucho de la cámara en el mar va a estar contaminando fácilmente 400-500 años.
Este gesto hizo que los padres del niño al menos agacharan la cabeza avergonzados cuando se dieron cuenta de la mala actuación por su parte, de la frivolidad con la que ni siquiera advirtieron el daño que habían permitido que su hijo hiciera al medio ambiente con un gesto tan inocente.
Probablemente por la hora que era irían a algún restaurante, a comer pescado ahora que todavía no sabe a plástico y se puede comer, pero seguramente cuando este niño eduque a sus hijos de la misma forma (pésima) que lo han educado a él estos ya no tengan siquiera la oportudidad de probar el pescado, porque sus abuelos nunca se preocuparon de explicarle a su padre por qué no se debe arrojar plástico al mar, probablemente porque no les importe.
Como decía un viejo provervio cajún “La naturaleza no es un regalo de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos”. Es cierto que con las familias actuales en las que los niños han aprendido a abusar de las separaciones de sus padres para sus propios intereses, en las que los padres tratan de competir por el cariño de sus hijos comprándoles cosas caras, en los que el estrés de la vida moderna hace que prefieran dejarle el móvil para que se callen en lugar de enseñarles modales, valores, educación, respeto y todo ese tipo de cosas que cada vez transmitimos menos a las nuevas generaciones.
Vivimos en un mundo sucio en muchos aspectos, las únicas especies que no están en peligro de extinción aparte de la nuestra son las que nos sirven directamente, es decir, nuestro ganado que criamos para comer y nuestras mascotas y animales de compañía, que alivian las conciencias mientras desechan a la basura una batería de litio cada dos años (del móvil), pilas y un montón de desechos innecesarios para su vida o reutilizables.
Si la mayoría de los seres humanos seguimos sin educar a nuestros niños para que tengan respeto y concienciación no solo con sus semejantes sino también con el resto del planeta no tardará en llegar el día en que veamos a sus hijos asfixiarse en humo por la contaminación como peces fuera del agua o comer solo mierda sintética y transgénica, somos demasiados y ya estamos pagando los platos de los abusos de las compañías petrolíferas y otras grandes empresas que anteponen los beneficios del presente a cualquier otra cosa. Si además el público en general mira hacia otro lado y no ponemos cada uno nuestro granito de arena y ayudamos a concienciar a nuestros semejantes de respetar la naturaleza y cuidarla probablemente cuando vuelva la hambruna ni siquiera podamos ver a nuestros hijos y nietos poder comer ni pan con cebolla, ya será tarde para hacer algo. Puede que ya lo sea.
*A mi madre, mi musa más querida.
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